Llevo muchos años tratando con pacientes. Multitud de lesiones. Multitud de patologías. Multitud de historias diferentes. Y una de las cosas que he aprendido durante todos estos años es que para tratar bien a un paciente debes saber escucharlo. Como fisioterapeuta, al igual que en el resto de profesiones sanitarias, es muy importante prestar mucha atención a lo que dice el paciente. Él nos puede dar la información que marque la diferencia. Información que será determinante para poder llegar al diagnóstico correcto. Y sólo con el diagnóstico correcto podremos establecer el tratamiento adecuado. De lo contrario daremos palos de ciego. Eso es más o menos lo que le pasó a esta paciente.
Llegó a la clínica diagnosticada de tendinitis del supraespinoso. Venía con radiografías y ecografías. Había visitado ya a su médico de familia, a dos traumatólogos, a un fisioterapeuta y a un osteópata. Pero no había obtenido la mejoría esperada. Acudió finalmente a la clínica por recomendación de una vecina.
Durante la entrevista la paciente explicó que, desde hacía unos meses, tenía la sensación de que había perdido el control de su hombro izquierdo. Afirmaba que, al caminar, su brazo no seguía el movimiento normal, o sea, que era incapaz de seguir la cadencia del paso y adelantar el brazo al mismo tiempo que lo hacía la pierna contralateral.
Lo más curioso hasta ese momento es que la paciente afirmaba que no sentía dolor alguno… uno de los síntomas presentes en el 100% de los pacientes que consultan por tendinitis del supraespinoso.
Así, indagando un poco más en su historia, la paciente explicaba que el pie izquierdo tampoco se movía como el derecho: «me cuesta ponerme las zapatillas», decía. También presentaba un fino temblor en ambas manos.
Así, comencé la exploración física y, como el cuadro clínico no me cuadraba con ninguna patología musculoesquelética, empecé a valorar la funciones del sistema nervioso. Y sí: algunas pruebas eran positivas y sugerían una afectación nerviosa por lo que realicé un informe con los hallazgos clínicos y la remití a visitarse con un neurólogo.
La paciente volvió tiempo después, agradecida, y confirmó que sus síntomas provenían de una incipiente enfermedad de Parkinson que ya estaba bajo el tratamiento médico adecuado.
En este caso quedó patente que lo más importante para el diagnóstico es establecer un correcto juicio clínico y, en segundo lugar, el «diagnóstico por imagen», muy utilizado hoy día, que debería estar siempre bien dirigido tras un correcto diagnóstico diferencial.